La rubia asesina

La rubia detuvo el coche en plena Pennsylvania Avenue, en el centro de Washington, y se quedó mirando el lujoso edificio de apartamentos. Luego, volvió la cabeza, y a través del cristal zaguero del coche, vio la Casa Blanca, en la distancia. Una apretada sonrisa pasó, fugaz, por los labios excesivamente maquillados de la rubia Mae Barrett. Volvió a mirar el edificio de apartamentos, y a esto estuvo dedicada durante un par de minutos. Luego, procedió a recoger sus largos cabellos en la nuca, sujetándolos con unas horquillas, hasta que consiguió un bonito y juvenil moño alargado. Se puso unas gafas de cristales oscuros, muy grandes. Luego, una chaqueta de discreto tono azul, de suave tejido muy suelto. Junto a ella, en el asiento contiguo, estaba el portafolios; lo abrió, echando un vistazo a la pistola provista ya del silenciador. Okay. Finalmente, salió del coche, lo cerró, y se dirigió hacia el edificio de apartamentos que había estado mirando. Mientras se acercaba, consultó su relojito de pulsera: las seis menos diez minutos de la tarde.